MI IM, por Javier Vila Monzó






¿Pero qué narices estoy haciendo aquí? Esta era la retórica cuestión que me rondaba por la cabeza camino de Puerto del Carmen a eso de las dos de la tarde bajo un sol sofocante y después de unos 140 km de bicicleta. La situación era, cuanto menos preocupante: Después de mucho esfuerzo en el agua sólo había podido bajar 2’ mi anterior marca nadando y tampoco iba a mejorar mucho en el segmento ciclista después de varias horas de agónico esfuerzo. Estaba empezando a entender por qué a este le llaman “El Ironman más duro del mundo”.

Instantes previos a la salida.


















¡Al agua patos!

El caso es que cuando salí del agua después de completar la 1ª vuelta llevaba 32’ (y 3 manotazos en la cara, uno en cada ojo y otro en la boca) y vi que estaba dentro del tiempo que había previsto hacer (entre 1 h y 1h y 5’) pero al final hice 4’ más en la 2ª. Total 1h08’. Sí que es verdad que en esta 2ª vuelta hubo un nadador que literalmente se me subió a la chepa (cosa que no me había pasado nunca) y aunque esto no suponga más que unos segundos perdidos, me alejé un poco del mogollón para evitar más encontronazos y aquí pude perder algo de tiempo aunque 4’ me parecen muchos. A lo mejor inconscientemente bajé el ritmo y es que entre tanta gente con neopreno negro y gorro naranja (excepto las mujeres que lo llevaban rosa) no hay manera de coger referencias para saber si vas rápido o no. Todo hay que fiarlo a las sensaciones y creo que me relajé demasiado en esta 2ª vuelta.

Salgo del agua detrás de mi amigo Juan, de Sabadell (casualidad el ir tan juntos después de más de 1 h y entre casi 1500 personas). En ese momento me doy cuenta de que, o bien Juan ha entrenado más de lo que decía, o a mí no me han servido de mucho las horas invertidas en la piscina (más bien esto último).










Empezando la 2ª vuelta.








Después, en el segmento ciclista, las primeras 2 horas y pico me cebé intentando mantener una media de 30 km/h (la misma que mantuve la otra vez), pero en esta ocasión el viento soplaba casi todo el rato en contra y a duras penas pasaba de 29 km/h de media. Así las cosas, sobre el km 60, alcancé a Alberto que sorprendido me pregunta:

-¿Y tú de dónde sales?

-De escuchar misa, no te digo… -Y es que estaba convencido de que había salido del agua antes que él. -Pues no chato, hoy me has vuelto a ganar, ¿sabes algo de Oscar?-Llevaba desde el principio esperando a que me pasase en cualquier momento.

-Me ha pasado como un avión cuando aún no había salido del pueblo. -Oscar es el “crack” del grupo, decía que esperaba hacer 1h10’ en el agua y casi gana hasta a Alberto: 1h05’ y 1h03’ respectivamente. Sólo falta saber qué tal le ha ido a Darío que siempre nos decía que, si no se ahogaba, tardaría cerca de 2 horas.

Cuando llegamos a las estribaciones del primer puerto de la etapa, Alberto se queda atrás y yo me doy cuenta de que me he exprimido demasiado en estas casi 3 h de bici. Subo con bastante dificultad el puerto de las Nieves, un poco más adelante (km 104) en el mirador de Haría recojo mi bolsa de avituallamiento personal, me la cuelgo en bandolera y empiezo el vertiginoso descenso. Aquí hay que emplearse a fondo con los frenos ya que hay mucha pendiente y varias curvas tipo herradura, como para arriesgarse a comerse el bocata en pleno descenso…

Una vez abajo y aprovechando el “llano” (aquí creo que llano, lo que se dice llano sólo está el mar y no siempre) me dispongo a dar cuenta del avituallamiento personal: dos panes de molde con jamón dulce. Empiezo con el 1º, se me hace una bola en la boca y sólo consigo tragar medio. El resto lo tiro en el siguiente avituallamiento y a partir de aquí sólo como plátano y barritas y geles energéticos. Lección aprendida: en competiciones sólo ingerir este tipo de alimentos, lo otro para el día a día.

Justo antes de encarar el 2º puerto (mirador del Rio) oigo a mis espaldas:

-Ey, Vilaman ¿cómo vas?

-Hombre, Darío, al final no te has ahogado, ¿qué tiempo has hecho en el agua?

-1h22’

-Mira que eres llorón, con que 2 horas de natación, eh?”.

Intercambiamos impresiones y se va. Está fortísimo en la bicicleta, y yo estoy pagando mi ambición de las casi 3 primeras horas. Comienzo la ascensión al mirador del Rio con muy malas sensaciones pero con la idea de que una vez coronado este, el resto son unos 60 km con viento a favor y casi todo cuesta abajo. ERROR, se suceden continuos sube-baja y en muchos de ellos el viento jode más que otra cosa. El colofón es la subida (por 2ª vez aunque desde otro lado) a Teguise, un falso llano (pero que muy falso) con el viento en contra en el que me cuesta pasar de 14 km/h. Ese viento y el calor me hacen pensar en la remota idea del abandono pero curiosamente ese mismo sol abrasador y la imposibilidad de resguardarme de él (aquí no hay árboles) me empujan a seguir adelante. Por lo menos la agonía será más corta pedaleando hasta meta que esperando al coche escoba parado al sol.









Los “Cuatro Magníficos” en acción.








Este tramo fue un suplicio con la retórica cuestión rondándome la cabeza y la certeza de que aun sin haber parado para nada iba a hacer un tiempo similar (si no peor) al de la otra vez en la que paré a comerme un bocata y 3 veces más para orinar. Cierto que en aquella ocasión no hizo esta calor y que el viento sopló en dirección contraria (y con menos fuerza) lo que me facilitó esa media de 30 km/h en las 3 primeras horas pero es que después de venir mucho mejor entrenado tienes unas expectativas que, cuando las ves esfumarse así, te hunden mentalmente.












Subiendo por el P.N. del Timanfaya (Fire Mountains en el plano adjunto). Aquí todavía iba con fuerza y ambición.

Al final llego a la 2ª transición habiendo recortado 12’ a mi anterior marca ciclista pero con mal rollo en el cuerpo y pocas expectativas de mantener esta renta en la maratón. Para colmo, cuando me bajo de la bici tengo las plantas de los pies entumecidas por el continuo esfuerzo y me duelen mucho al apoyarlos. En el tramo hasta la carpa donde me he de cambiar me quito las zapatillas de ir en bici por si la molestia la provocan las calas pero veo que descalzo me siguen doliendo.

Ya en la carpa, mientras me pongo las medias y las zapatillas de correr, una simpática voluntaria me aplica protección solar por hombros y brazos (aquí el sol quema mucho y encima yo soy muy blanquito). Le doy las gracias y empiezo la maratón.

Curiosamente a los pocos pasos el dolor de pies desaparece. Se ve que la amortiguación de las zapatillas y el incremento del riesgo sanguíneo en la zona han hecho desaparecer las molestias. A la salida de la carpa está el Peque (uno de nuestros reporteros gráficos) y le digo que voy fatal, no sé si me ha entendido pero seguro que por la cara que debo hacer ya se lo imagina.

Otra curiosidad remarcable: en todos estos meses preparándome para el IM, continuas lesiones en ambas piernas (mayormente las mismas mal curadas con sus consecuentes recaídas) han hecho que el entrenamiento de la carrera a pie haya sido casi anecdótico comparado con el de la natación y ciclismo. Pues bien, a los pocos kilómetros de la maratón me doy cuenta de que lo estaba haciendo mucho mejor de lo esperado y empiezo a pensar en que bajar de las 4 h es posible (y por tanto de las 12 h en el total del IM). O sea, que la disciplina menos entrenada iba a ser en la que podía recortar más tiempo. Ver para creer…








Lo bueno de este circuito a 3 vueltas es que te vas cruzando con el resto de los corredores y puedes saludar a los amigos varias veces a lo largo de la maratón:

-¡Darío, qué grande eres!

-Recuérdame cuando acabemos que no te hable más. -Sigue insistiendo en que yo le metí en esto.

Veo a Alberto muy entero y sonriente; parece que todo va bien, nos chocamos las manos y seguimos cada uno a lo nuestro, o sea a padecer.

Al día siguiente Alberto nos contó que en la segunda transición perdió más de 10’ porque en un principio decidió abandonar pero que no sabe cómo al final salió a correr la maratón. La verdad es que en esos momentos la cabeza juega un papel primordial.






La primera vuelta es el doble de larga y una parte discurre por un estrecho camino entre el aeropuerto y el mar donde los aviones que aterrizan nos pasan a escasos metros de nuestras cabezas. “¿No me caerá uno encima y acabamos con esto de una vez?”.

Llego a la media maratón y me vuelvo a cruzar con Oscar que ya está a punto de terminar el IM. Qué tío, está en otra órbita… Le saludo y animo: “¡Ya lo tienes, máquina!”, y él me responde: “Estoy reventado, no puedo más”; pues menos mal, pensaba que yo era el único…








Diez horas y cinco minutos y clasificado para Hawaï : ESTRATOSFÉRICO.



YUYU: Hacia el kilómetro 29 empiezo a notar una molestia en el gemelo de la pierna izquierda que me hace volver a la realidad: Después de varios meses con problemas en ambas piernas que no me han dejado correr de manera continua, lo más normal es que esto hubiera pasado antes, así que me toca afrontar estos últimos kilómetros de forma más conservadora bajando el ritmo y parando varias veces a estirar el músculo en cuestión.

Allá por el km 33 esa realidad me hace ver que se me está escapando la posibilidad de bajar de las 12 h; todavía estoy a tiempo pero si fuerzo lo más seguro es que “rompa” y entonces sí que me puedo tirar los últimos kilómetros cojeando y caerme una minutada. La apatía se apodera de mí y hago lo que me queda sin ganas ni ilusión, voy a terminar porque sé que me falta muy poco y que por lo menos voy a volver a ser “finisher”.

Ironías de la vida: dos semanas antes una contractura en el soleo de la pierna derecha me hacía dudar incluso de si podría empezar el segmento ciclista, y ahora que casi tengo mi segundo IM en el bolsillo la sensación es de rabia e indiferencia. ¿Estaré tonto? Algo se comenta…












Último giro y últimos 5 km.











Darío pudo con el IM pero la emoción le pudo a él.


Km 40, después de andar más de lo que quería, empiezo a trotar otra vez y decido no volver a parar más (a estas alturas cada vez que arranco a correr las piernas duelen mucho), ni siquiera en el último avituallamiento donde una voluntaria me anima: “¡Vamos Javier que ya lo has conseguido!”. (No es que supiera mi nombre, lo llevamos escrito en el dorsal).

Por fin enfilo la recta de meta y todo cambia: Sonrío, el pasillo se estrecha con el público, a ambos lados, aplaudiendo y gritando el nombre de los corredores; la piel de gallina, la apatía se transforma en euforia y no puedo pensar en nada: Cientos de horas de duro entrenamiento se agolpan en mi cabeza y me empujan hacia la línea de meta. Lo que sigue creo que se podría definir con una palabra: FELICIDAD.

Que me corrijan los filósofos…












Al final mereció la pena.

No conseguí bajar de 12 h pero he disfrutado mucho sufriendo esta isla (o al revés, no lo tengo muy claro).









Finisher Juan…












…Y Alberto entrando muy cerca de Juan.









Unas imágenes “Post-Ironman”











Días antes entrenando por la isla.









Los cuatro “FINISHERS” de la comarca.









“El día después”. Con el equipo de reporteros en el Timanfaya (Maki, Peque, Odil y Patricia). Por cierto, muchas gracias por vuestro apoyo y el montón de fotos que nos hicisteis.












¿Se estará fraguando ya la 3ª parte?

Javier Vila Monzó